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Fachbuch, 2002
65 Seiten, Note: 10 Matrícula de Honor
Prólogo. Por Luna Baldallo
I. Introducción
II. Cunnus en la literatura
III. Conclusión
Epílogo
Referencias bibliográficas
Sobre el autor
A Óscar y Sonia
A mi hermana Míriam, que guardó este trabajo entre sus pertenencias para que no se perdiera con los años
Por Luna Baldallo
Se me ocurren un puñado de buenos adjetivos con que decir alguna lindeza a propósito de las páginas que siguen, y, sin embargo, ninguno me permite el juego de palabras que me ofrecería el hacerlo si este estudio versara sobre genitales masculinos (pensaría entonces que se trata de un encargo cojonudo). ¡Qué pena! La lengua no nos permite hacer esto porque está cargada de historia, como la que nos recuerda que no somos listas cuando somos zorras. Y no se cambia esto con arrobas, no con la arrogancia de quien dice concejala y descansa pensando que trastoca el mundo. ¿Para cuándo los electricistos, entonces? El que de verdad aspira a cambiar alguna cosa de este lugar, más bien inhóspito, ignora la utilidad de la palabra, sólo la dispara con más intuición que puntería rezándole a algún Dios para que su fogonazo alumbre un pensamiento, alcance una emoción… Hace así, con ella, Literatura. Como la que nos cuenta el baño alegre de Piluca:
A Piluca, el bañador se le repliega y entremete en la raja del culo, dejando al descubierto, sobre la pelvis, una franja de piel blanca. Ahí precisamente, en esa franja, se ha posado una estrella de mar, alargando sus tentáculos con esa pereza entumecida de los invertebrados. Piluca, creyendo que nadie la espía, se ha levantado el elástico del bañador para que la estrella de mar pueda visitar su coño. La estrella de mar levanta un tentáculo, con extrañeza o timidez o misoginia, y avanza hacia el pubis. Piluca la empuja, y una vez dentro, suelta el elástico. La estrella de mar se revuelve en su ratonera y embiste sobre el bañador; finalmente, cuando comprende que no hay escapatoria, se hunde en el coño de Piluca, tan parecido a una gruta submarina, y clava sus brazos como puñales en el clítoris, sus brazos de carne fofa que, a medida que entran en el coño, van suscitando orgasmos que mojan el bañador con un agua aún más salobre que la del mar. Piluca gime, palpitante de placer, y agarra a la estrella de mar del quinto tentáculo cuando ya los otros cuatro navegan por los océanos interiores de su coño, se masturba tironeando de ese quinto tentáculo, y siente el desgarramiento dulce de los otros cuatro que bogan en el interior de su cuerpo, ramificándose como latidos. Piluca, ahora que se cree a salvo de miradas indiscretas, pierde esa impasibilidad de virgen sáfica, y se deja auscultar el coño, se deja acariciar los labios, y gime, y aúlla, y dice guarrerías y palabrotas[1].
Qué dijeron Prada o Marcial sobre el coño y qué, Bukowski; cómo lo dijeron me divierte, me turba… ¿me interesa? Pero, sobre todo, me permite afirmar que de la imagen que el arte muestra del cunnus —más elegante, sin duda, en su voz latina— pueden deducirse muchas cosas.
Courbet pintó en ‘El origen del mundo’ un destino, tótem que venerar, lugar que aguarda la inexorable vuelta de la vida a su ser primigenio: un coño sin rostro. Lo pintó y lo ocultó, igual que sus posteriores propietarios —hombres, todos, alguno célebre como Lacan— que lo guardaron con celo. ¡Vaya, guardado como los vivísimos coños a los que representa! Este cuadro, reverberación plástica de la natural ostentación del coño, fue celado, como se cela la plenitud del sexo femenino, como se acalla su gemido. El arte celebra lo que la historia viene luego a apartar. Y todos esos coños literarios, escultóricos y pictóricos del arte que la historia aparta se me antojan metáforas de los empujoncitos que la historia da a los coños reales que los inspiran; a sus dueñas —vamos—, que es metonimia.
Recuerdo una escultura… Y a una mujer, de actitudes más bien masculinas, que triunfó en política. Recuerdo que debió incomodarla bastante aquella escultura de otra mujer; será porque, desnuda y recogiéndose las piernas entre los brazos, le ofrecía su coño, la mañana que ésta se dejaba caer por el despacho. La recuerdo… pero no demasiado bien, porque la quitaron. Por esto es que hará falta más investigación, más arte, opinión, más política… Mucho más, más sobre ésta y otras cuestiones incómodas. Hasta que venga alguien a decir naturalmente «ésa está hecha una zorra» y, con todo lo vulgar, se entienda que admira no más voracidad que la de su inteligencia. Entre tanto al resto lo que nos calma el hambre es el estudio de Rodríguez Iglesias, su pincelada nos solaza; sólo una pincelada, pero tan certera y exacta que yo diría, si el tono de este prólogo me lo permitiera, que leerlo ha sido un auténtico coñazo.
Y en la pantalla el corrector del Word me devuelve a una realidad mediocre que subraya en rojo coñuda y electricisto; mientras releo, borro y pienso «no sé si esto le va a gustar al editor».
Luna Baldallo
Profesora de Literatura
Universidad de Huelva
A continuación, se presenta aquí un estudio sobre el cunnus en la literatura, el femineum membrum venereum [2]. La idea es mostrar cómo esta parte femenina aparece en varios autores a lo largo de la historia de la literatura y su tratamiento. Este hecho encuadra nuestro objeto dentro de la tematología, el estudio de temas, movitos y tópicos literarios[3].
De todos es sabido que el sexo es uno de las grandes temas de la literatura. Aquí vamos a ir directamente al grano, dejando a un lado el amor puellae visae, la declaración de amor, el triumphus amoris y demás temas y tópicos amatorios que preceden a la cópula sexual y, concretamente, al momento en que el amante descubre la intimidad más oculta de su amada, el cunnus, y nos introduciremos en el túnel de las piernas de la literatura pronunciada en este sentido.
Hacer un trabajo sobre el cunnus intentando demostrar su aparición reiterada en la literatura no es tarea fácil. Con varios ejemplos que siguen la línea temporal, es decir, de manera cronológica, veremos cómo esta parte sexual femenina es utilizada por los autores, así como todos los juegos amorosos que tienen que ver con el cunnus y que se reflejan en la literatura.
La idea de versar un estudio sobre el coño (por traducir con propiedad el término latino que Cicerón tacha ya en aquella lengua de vulgar[4] ) nace de la lectura de varios autores de épocas, lugares y lenguas distintas en los que aparece, en algunos casos, como protagonista del texto y, en otros, como simple referente al que se alude.
El tratamiento del cunnus en la literatura no se limita a un periodo único ni a una literatura concreta, menor y pornográfica. Desde los autores clásicos de Grecia y Roma hasta nuestros escritores contemporáneos, pasando por los clásicos españoles, el coño ha estado presente en la materia literaria de éstos.
Nuestra intención no es diferenciar entre literatura erótica y literatura pornográfica. Ambas son sencillamente literatura y no puede ser considerada una más artística que la otra, pues sin valor artístico no hay literatura en sentido estricto[5].
Entenderemos, según esto, que el cunnus es usado tautológicamente en la literatura universal formando parte de la tematología, como así lo hacen otros temas, motivos y tópicos más evidentes como el amor, el honor, etc.
Cierto es que el cunnus en la literatura de tradición occidental no ha sido tan recurrente como el falo[6], pero en este libro veremos el tratamiento literario del órgano sexual femenino por lo que de interesante tiene en cuanto al estudio comparativo propio de la Literatura Comparada.
No es el primer ejemplo, pero en la Antología Palatina hallamos, al menos, dos poemas que se refieren al cunnus y otro que nombra explícitamente el pubis. Son los epigramas A.P. 5,36; A.P. 5,60; y A.P. 5,132, respectivamente.
A.P. 5,36[7]:
Reñían entre sí Ródope, Mélite y Rodoclea,
quién de las tres tenía el “entremuslo” más hermoso,
y me eligieron árbitro. Como las diosas, exentas
y de pie, posaron desnudas, rociadas por néctar.
El de Ródope brillaba en medio de los muslos, precioso,
encendido como un ramo de rosas por un fuerte céfiro.
[…]
El de Rodoclea era igual al cristal, como una pulida
imagen recién esculpida en un templo.
Sabiendo claramente lo que sufrió Paris por culpa del concurso,
derecho a las tres a la vez coroné como inmortales.
Guillermo Galán Vioque y Miguel Ángel Márquez en su libro Epigramas eróticos griegos traducen el neologismo μηριoνην utilizado por el autor del epigrama, Rufino, por entremuslo, ya que el autor para referirse a la vulva hace un juego de palabras sobre muslo[8].
El poema nos remite al juicio de Paris, tema que en la literatura griega fue muy recurrente, si no de forma directa, sí aludiendo a otros hechos a los que precede la decisión del hijo de Príamo (recuérdese Helena de Eurípides, por ejemplo).
Rufino es un autor griego con nombre latino, originario de Jonia; su datación se discute y los límites van desde la segunda mitad del s. I hasta el 400 d.C. Compuso una colección de epigramas amorosos, en la que incorporó epigramas de otros poetas.
La situación es la siguiente: Rufino es el árbitro. Las diosas están representadas por tres prostitutas: Ródope, Mélite y Rodoclea. Nótese la impudicia y suciedad del autor al tratar el tema. Las tres muchachas discuten sobre quién tiene el coño más hermoso.
Aunque falta un dístico (7-8), podemos deducir qué es lo que dice Rufino del “entremuslo” de Mélite. Ródope y Rodoclea, al parecer, tenían cada una un membrum venereum seductor y más que deseable. Rufino le da la vuelta al mito del juicio de Paris. Sabiendo las durísimas consecuencias que tuvo la decisión del troyano, el autor jonio prefiere elegir a las tres, así no provocará el celo de las derrotadas.
Este epigrama tiene un antecedente. Es el que ocupa el número 35 del libro V de la Antología Palatina, del mismo autor.
El siguiente ejemplo que encontramos y que señalamos anteriormente es el epigrama número 60 de tal libro palatino, donde se recogen los epigramas heterosexuales. Este epigrama, casualmente, también corresponde al autor jonio Rufino.
A.P. V, 60:
Una doncella de plata se bañaba y mojaba
las doradas frutas de sus pechos de piel de leche.
Sus nalgas redondeadas se estremecían una contra otra
y se contoneaban con una piel más undosa que el agua.
Su mano abierta cubría el bulto
de su Eurotas, no por entero, sino cuanto podía.
Aquí Rufino vuelve a desnudar a una mujer (doncella, en este caso). La imagen es clara: una muchacha se está bañando. Rufino nos describe su cuerpo. Pero nos detalla, a modo de mini-catálogo, lo que, a su juicio, son las partes más sensuales y deseadas por el hombre[9] del cuerpo femenino: los pechos (“doradas frutas de piel de leche”), las nalgas y el cunnus y su entorno. Este último, más poéticamente nombrado por Rufino que por mí (“el bulto de su Eurotas”), es citado a través de un juego de palabras entre el río Eurotas y la palabra griega ευρυξ (ancho)[10]. La doncella se cubre su miembro sexual con la mano, pero sólo cuanto puede, no cuanto quiere, bien porque su mano es pequeña, bien por otro motivo más que evidente.
Antes dijimos que en la Antología Palatina aparecía un epigrama que, no hablando del cunnus en sí, cita al pubis. Es el poema A.P. 5, 132:
Pie, pierna, esos muslos (con razón perezco),
nalgas, pubis o peine, cintura,
hombro, pechos, el delicado cuello,
manos esos ojos (me vuelvo loco),
experto en movimiento, incomparables
besos, gritos (mátame).
Y qué, si es una ópica, se llama Flora y no canta versos de Safo.
También Perseo se enamoro de la india Andrómeda.
El epigrama está compuesto por Filodemo de Gádara, poeta epicúreo oriundo de Siria que emigró a Roma hacia el 75 a.C. y disfrutó del favor de los Pisones, siendo elogiado por el propio Cicerón (Pis., 28.68). Su obra epigramática tuvo gran aceptación, dada la influencia de sus epigramas en Horacio, Propercio, Virgilio y Ovidio.
Este epigrama nos detalla los encantos de una muchacha ópica (del país de los ópicos, en la Magna Grecia), Flora. La belleza de ésta hace que no se tenga en cuenta su carácter provinciano, con nombre latino y tan inculta como para ignorar el griego que debía conocer una puella docta [11].
Lo que nos interesa a nosotros de este poema es la referencia al pubis en el verso segundo y la metáfora de éste: peine. No es el cunnus en sí, pero sí pertenece al entorno de éste, por lo que el juego sexual está claro, ya que nombra todos los encantos de la muchacha.
En un estudio sobre el tratamiento literario del cunnus, no puede faltar un autor de epigramas tan procaz como Marcial. Prescindiendo de alguno que otro, tomaremos varios epigramas del poeta de Calatayud. Empecemos por echarle un vistazo al epigrama Mart. I 90[12]:
Dado que nunca te veía acompañada de hombres, Basa,
y dado que ningún rumor te atribuía amante,
sino que siempre desempeña sus servicios junto a ti
un grupo de tu mismo sexo, no acercándosete varón,
me parecías ser, lo confieso, una Lucrecia.
Pero tú, oh crimen, Basa, eres un follador:
te atreves a entrechocar coños gemelos entre sí
y tu prodigioso clítoris hace las veces de un hombre.
Has intentado un prodigio divino del enigma Tebano
que donde no hay un hombre, hay un adulterio.
En este poema de censura a la homosexualidad femenina, Marcial trata el cunnus no como lo hicieron los autores que anteriormente hemos visto. Este poeta latino nos muestra los distintos cunni en acción, aunque sea una acción que a él no le gusta.
[...]
[1] Juan Manuel de Prada, Coños, Madrid: Valdemar , 1996, pp. 97-98.
[2] Galán Vioque (2001: 199).
[3] Márquez Guerrero (1997: 33).
[4] Cf. Cic. Orat., 154.
[5] Márquez Guerrero, ibid., p. 34.
[6] Morales (1998: 995).
[7] Sigo la traducción de Miguel Ángel Márquez y Guillermo Galán Vioque (2000) en todos los poemas de la Antología Palatina.
[8] Ibid., p. 210.
[9] Recuérdese que estos poemas están incluidos en la colección heterosexual de la Antología Palatina.
[10] Ibid., p. 212.
[11] Ibid., p. 217.
[12] Sigo las traducciones de Marcial que aparecen en El sexo en la literatura (op. cit.), cuya autoría es de G. Galán Vioque.